I. UN POCO DE INFROMACION SOBRE SUS VIDAS
ARGENTINOS | URUGUAYOS |
Fernández, Macedonio (1874-1952), escritor argentino, nacido en Buenos Aires, quien con su obra originalísima se distingue por sus continuas invenciones sobre cualquier persona o hecho, lo que le causaba permanentes controversias. Lo que no cabe duda es que es un personaje singular al que, dado su talante genial, hay que considerarlo como la encarnación de la vanguardia. En sus poemas misteriosos él declara un antecedente del movimiento ultraísta y en su primera obra No todo es vigilia la de los ojos abiertos (1928) se reconoce como el primer autor metafísico argentino. Otras obras destacables son: Papeles de recienvenido (1927) y Museo de la novela de la eterna (1929). En su libro Poemas de trabajos de estudios de la estética de la siesta (1953) se manifiesta la argumentación del pensamiento metafísico. La literatura macedoniana, alejada del culto a los lugares comunes, propone la antisolemnidad con la teoría y la técnica del ‘humorismo conceptual’ muy valorado por Borges, influyó en toda una generación de intelectuales, entre los que habría que contar a Julio Cortázar.[1] | Hernández, Felisberto (1902-1964), escritor uruguayo. Fue también un músico notable, y vivió de sus conciertos de piano en Uruguay y Argentina mientras publicaba sus primeros y breves relatos: Fulano de tal (1925), Libro sin tapas (1929), La cara de Ana (1930) y La envenenada (1931). Su dedicación a la literatura se acentuó tras la publicación de la novela Por los tiempos de Clemente Colling (1942), donde evocó su adolescencia y al pianista ciego que fue su maestro de armonía y composición. Ya en plena madurez escribió dos relatos largos más, dedicados también a la recuperación del pasado y al análisis de los mecanismos de la memoria: El caballo perdido (1943), y Tierras de la memoria, que apareció póstumo en 1965. En su última etapa, cuando el trabajo en una oficina le permitía una dedicación plena a la literatura, prefirió el relato breve y fantástico: sus colecciones Nadie encendía las lámparas (1947) y La casa inundada (1960), así como su novela corta Las hortensias (1949), lo consagraron como un verdadero maestro del género, que renovó con la irrupción de los misterios del inconsciente en la vida cotidiana.[2] |
Arlt, Roberto (1900-1942), novelista y dramaturgo argentino, que abrió el camino a una nueva narrativa de tema urbano. Nació en Buenos Aires el 2 de abril de 1900, hijo de padre alemán y madre italiana. Entró como secretario de Ricardo Güiraldes en 1924 y empezó a publicar en la revista Proa que Güiraldes dirigía; también escribió crónicas policiales en el diario Crítica, y desde entonces se dedicó al periodismo. En 1930 obtuvo el tercer premio del Concurso Literario Municipal con su novela Los siete locos (1932). Onetti ha dicho de él: "Es el último tipo que escribió novela contemporánea en el Río de la Plata". Su primer libro, El juguete rabioso (1926), es una de las mejores novelas argentinas. En Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931), vuelve a aparecer retratado de modo muy realista el mundo de los bajos fondos de Buenos Aires, con sus tangos, delincuentes, prostitutas y rufianes. Arlt también escribió relatos, crónicas y obras de teatro renovadoras como La isla desierta (1937), un amargo retrato sobre la burocracia.[3] | Quiroga, Horacio (1878-1937), escritor uruguayo, nacido en Salto y muerto por suicidio en Buenos Aires. Deportista y aficionado a las ciencias, funda la tertulia de "Los tres mosqueteros" y se inicia en las letras bajo el patrocinio de Leopoldo Lugones. Ejerce empleos consulares y la crítica de cine, y pasa largas temporadas en el medio rural de Misiones, en la frontera argentino-paraguayo-brasileña, ambiente del que tomará temas para sus narraciones. Su carrera se abre en la poesía, dentro del ámbito del modernismo, con Los arrecifes de coral (1901). No le son ajenas las influencias de Rudyard Kipling, Joseph Conrad y, sobre todo, el magisterio de Edgar Allan Poe, por la atmósfera de alucinación, crimen, locura y estados delirantes que pueblan sus narraciones. Obras: El crimen de otro (1904), Historia de amor turbio (1908), Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1918), El salvaje (1920), Las sacrificadas (1929), Anaconda (1921), El desierto (1924), Los desterrados (1926), Pasado amor (1929), Suelo natal (libro de lectura para niños, en colaboración con Leonard Glusberg) y Más allá (1935).[4] |
Girondo, Oliverio (1891-1967), escritor argentino, que destacó especialmente en la poesía. De familia acomodada, viajó a Europa en su primera juventud, tomando contacto con las vanguardias. Participó en la implantación de las mismas en Argentina, intentando el teatro y el periodismo, pero afincándose en la poesía. Contribuyó a la trayectoria de revistas que difundieron el ultraísmo, como Proa, Prisma y Martín Fierro. En ellas se dieron a conocer algunos de los principales escritores de su tiempo: Borges, Marechal, Güiraldes. Su primer libro perfilado es Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), donde recoge la poética de la gran ciudad moderna, propuesta por el poeta francés Guillaume Apollinaire y el futurismo. El uso de palabras propias (neologismos) alternado con el verso libre y algunas formas clásicas, marca la diversidad de su obra en títulos como Calcomanías (1925), Espantapájaros (1932), Interlunio (1937), Persuasión de los días (1942), Campo nuestro (1946) y En la masmédula (1956).[5] | Onetti, Juan Carlos (1909-1995), novelista uruguayo, galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1963 y el Premio Cervantes en 1980. Onetti comenzó a escribir relativamente tarde y, después de publicar su primera novela, El pozo (1939), "cifra de toda su obra posterior", acudió a la Universidad en Buenos Aires y desempeñó gran cantidad de trabajos diferentes. En El pozo, el narrador queda efectivamente separado de su ambiente corrupto y predominantemente burocrático por una generalizada incapacidad de comunicación. Tierra de nadie (1942) presenta de nuevo el depresivo y pesimista retrato del paisaje urbano. La vida breve (1950) es su libro más famoso y el primero que el autor sitúa en la imaginaria ciudad de Santa María. En El astillero (1960) regresa al tema del caos producido en Uruguay por una desmesurada burocracia, y Juntacadáveres (1964) trata de la prostitución y la pérdida de la inocencia. Estas dos últimas obras desarrollan el tema único de Onetti: el del hombre que persigue una ilusión a sabiendas de que lo es y que además es absurda.[6] |
II. VIENDO Y TRATANDO DE ENTENDERLOS
Felisberto Hernández.
Sin duda la virtud de este autor se destaca por la cotidianidad alterada en sus relatos. Alterada porque empieza a distorsionar la realidad ficcional y la mezcla por medio del humor y la ironía. Tanto su novela Las Hortensias, como sus libros de cuentos Nadie encendía las lámparas y La casa inundada, demuestran la forma de entender la creación literaria a partir de situaciones que escapan de la razón. Este logro creo que es el más importante de este autor, puesto que demuestra la libertad de la creación literaria. Manifiéstese que este autor crea y ficcionaliza un mundo a partir de sucesos aparentemente triviales, pero al cargarlos de humor nos quedamos con una simple mueca de despistados, puesto que este autor no hay que leerlo sesudamente (si vale el término), sino literariamente.
Macedonio Fernández.
Permítame el lector un segundo. No se apure, tampoco se desespere, que ya continuamos. Si las páginas me lo permiten seré lo bastante discreto y elocuente para simplemente afirmar que Macedonio Fernández es ficción. El juego con el lector, la autonomía de la obra literaria, la ficción como el elemento principal en el instante de crear. La transgresión de barreras inexistentes entre realidad, realidad ficcional y ficción es el gran logro de este autor. Ya en Los Papeles de Recienvenido demuestra su manera de entender ficción, al ficcionalizarse a sí mismo como un personaje del que nada sabemos y todo lo conocemos a la vez. En Museo de la Novela de la Eterna logra completar este su crear al no simplemente ficcionalizarse él, sino que también sumergir en la ficción al lector, y talvez peco de tanto usar la palabra ficción, el amable lector comprenderá que ante tanta creación hasta la ficción se desvanece capturando todo, y dando así o creando así un todo nuevo.
Horacio Quiroga
El arco se tensa y vuela la flecha, el blanco alcanzado y fulminado en el centro. Podría decirse que así es la narrativa de este autor. El cuento debe tener una estructura que apunta a algo, nada es deliberado en este. Los temas pueden ser varios, pero la muerte vendrá a ser la novia ideal para este autor. Si bien su escenario viene a ser una vuelta a la naturaleza, esta vendrá a ser el conflicto entre civilización y barbarie. Obviamente el autor no pacta con ninguna de las dos partes, sino que re-crea lo que este escenario propone. Leer sus cuentos es leer una parte de un universo que se va completando poco a poco, empiezan a surgir rasgos de una literatura que empieza a coquetear con lo oscuro, con las palpitaciones del corazón, con las emociones, pues su narrativa busca un efecto, un efecto en el lector, busca desestabilizar esa realidad aparentemente tranquila.
Roberto Arlt
No hay mejor escuela literaria que la pasión por la lectura. Esta ha sido la virtud de este autor. Obviamente su obra se centrará en elementos que caracterizan un Buenos Aires, aquel donde el hampa, la vida dura (puerca) entra en juego. Ya en El juguete rabioso se empiezan a dilucidar roces con lo perverso, con el mal. Una literatura que no busca congraciar al lector, sino congraciarse consigo misma. La recuperación del lenguaje de las calles creará un escenario que tiende a poner tensión, matizado con humor negro, creando un ambiente oscuro. Las siguientes dos novelas que continúan la saga Los lanzallamas y Siete locos culminan ese escenario. Las tres novelas pueden leerse por separado, pero en conjunto logran capturar la poética de Arlt, una poética que empieza a trazar una nueva cara en la narrativa, que en este caso no tiene nada que envidiar a otras. Talvez resulte osado, pero con Arlt tenemos a nuestro Narrador Maldito.
Oliverio Girondo
Detengan ese tren, que quiero disfrutar la poesía de este autor. La poesía latinoamericana no volvió a ser la misma desde este autor. Pero, a ser sincero, me quedo con Veinte poemas para ser leídos en el tranvía a En la masmédula. El por qué es el siguiente. En este su primer poemario Girondo recupera esa poesía que está en la ciudad, ese gritar de las paredes, las doncellas en los balcones, una poesía distinta. Si bien En la masmédula hay una creación que se explica a sí misma y logra crear un todo en otro lugar, queda la sensación de la musicalidad de volver a un principio a un origen, al instante en que el sonido domina todo. Es un gran logro, el re-poemario, pero la sencillez con la que se construyen los versos en Veinte poemas para ser leídos en el tranvía captura otra esencia, otra naturaleza. Pero más allá del me gusta no me gusta, está la innovación de este autor, una re-creación del lenguaje, una romper con las reglas desde su propia lógica y trazar un nuevo devenir de la poesía.
Juan Carlos Onetti
Entrar en la obra de Onetti significa encarar la literatura desde otra visión. El juego que el autor propone está marcado por los procesos recreación, una vez más serán cuestionadas las fronteras entre la realidad, la realidad ficcional y la ficción. Desde el sueño y la vigilia, desde el rasgo psicológico de los personajes. Conciente, subconsciente e inconsciente empezarán a entrecruzar una red donde las fronteras se debilitan y se rompen, si es que estas fronteras existieron alguna vez. Ester autor pone de manifiesto eso, la creación como un oficio, como una profesión que debe ser tomada en serio. La literatura es un juego, pero un juego serio; un duelo, donde nadie muere, sólo la ficción si no se comprende a sí misma como tal. Las percepciones empezaran a tomar una singular importancia, puesto que i las letras van apareciendo delante de los ojos, las imágenes empezaran a desfilar ante los demás sentidos. La creación de una obra que abarque todo, personajes que no quedan abandonados al final de una novela, sino que empiezan a ser retomados en otras, en sí, un eterno retorno, pero que se entiende a sí mismo, con cambios y todo lo que implica el retomar una idea original.
BIBLIOGRAFIA
ARLT, Roberto
2000 El juguete rabioso, Mestas, Madrid, España.
2003 (1977) Los lanzallamas, Losada, Buenos Aires.
2003 (1992) Los Siete locos, Cátedra, Madrid, España.
FERANDEZ, Macedonio
1995 Museo de la Novela de la Eterna, Cátedra, Madrid.
Papeles de Recienvenido, sin datos.
GIRONDO, Oliverio
1956 En la masmédula, Losada, Buenos Aires.
2000 Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, Edición digital.
HERNANDEZ, Felisberto
1982 (1974) Las Hortensias, Lumen, Barcelona, España.
1982 Nadie encendía las lámparas, Lumen, Barcelona, España.
ONETTI, Juan Carlos
1980 (1979) El pozo, Seix Barral, Barcelona, España.
1971 La vida breve, Sudamericana, Buenos Aires.
QUIROGA, Horacio
1991 Cuentos de amor, locura y muerte, Antares, Quito, Ecuador.
[1]"Fernández, Macedonio," Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000. © 1993-1999 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.
[2]"Hernández, Felisberto,” Idem
[4]"Quiroga, Horacio," Idem
[5]"Girondo, Oliverio," Idem
[6]"Onetti, Juan Carlos," Idem