Crónica de un día homérico
Dos partidos a muerte. Uno, extraordinario, es apenas un entremés de la máxima épica que el tenis puede dar. Fuera sombreros, que por aquí pasado la Historia
Xavier Velasco . Milenio-La Afición
¡Mil euros un boleto!, se ofende el indignado pujador. ¡Es que son dos finales, monsieur!, se defiende el marchante callejero. Y ahí sí ni modo de contradecirlo. Un Nadal-Murray seguido de un Federer-Djokovic en las semifinales de Roland Garros es mucha Historia para un solo boleto; de modo que el ingenuo que deambula por la calle enarbolando una hoja de papel donde ofrece seiscientos euros por boleto tiene impresa en los ojos la desazón de un pordiosero en el desierto. Reina, en cambio, una sensación de irrealidad dichosa en las tribunas del Philippe Chatrier, donde ya la presencia de los gladiadores parece poco menos que sobrenatural. Sobra decir que hoy los asistentes no esperamos un tenis de este mundo. Nuestra única certeza tiene que ver con el fuego inminente.
En su cumpleaños número 25, el Matador Nadal enciende las velitas con lanzallamas. Lo cual, en un principio, intimida muy poco al Zorro Murray, que en cosa de minutos ya se hace con tres puntos de quiebre. Sólo que Rafa no ha venido a negociar y los remonta con la autoridad de un verdugo sin cargos de conciencia. En adelante, cada break point salvado con servicios y avances voraces e inclementes será un nuevo hematoma en la confianza del escocés, pues con trabajos logrará convertir uno de cada seis. Cifra sin duda rara para un partido apretado y tortuoso donde la sensación de perfecto equilibrio sólo se romperá en los puntos más álgidos, ahí donde el Matador suele ser un perfecto intransigente. Aun con esos ataques amenazadores, Murray resbala en un par de servicios y ya está en 1-5 cuando reacciona, devuelve una rotura y se trepa a las barbas del de Manacor, sólo para caer en 4-6 y darle la ventaja que ni un doble intercambio de rompimientos hará disminuir.
Los puntos son tan lentos que las mangas se estiran de manera angustiante para todos, menos para Nadal que ya tiene el control y no va a compartirlo. De trece break points, convertirá seis, más que bastante para terminar tarde pero aún en tres sets. Nunca se había visto al escocés alcanzar semejante nivel de juego sobre tierra batida, pero del otro lado de la red está el más grande arcillista de la Historia y eso no habrá manera de regateárselo. No hoy ni aquí, donde saca el boleto a la final en vísperas de un partido que valdrá por sí sólo todo el torneo, si no el año completo.
Federer se ha cansado de repetir que el desafío de hoy le presiona muy poco, pero cómo creerle. Hace ya más de un año, cosa inaudita, que no protagoniza una final, y es claro que su orgullo presenta varias magulladuras de seguro punzantes. Nadie dude que hoy viene con todo y tiene un plan de juego a la medida de la situación. Difícilmente puede intimidarle la racha ganadora de un Djokovic sobrealimentado de autoconfianza, amén de que ninguno sabe mejor que él en qué estado se encuentra su arsenal de recursos de exterminio. A estas alturas, nadie mejor que el suizo puede ofrecerle al serbio unas cuantas lecciones de agresividad fría y corrosiva.
El juego ha sido intenso desde su mismo inicio, al través de dos quiebres consecutivos que imponen una tónica de hostilidad sesuda y retaliación rauda. Nole ha vuelto a romper y sirve por el set, pero Roger se faja con fiereza y aplomo para armarse un rescate tan afortunado como inspirador, que al cabo desemboca en una muerte súbita que le será difícil pero jamás adversa. No obstante, flota un halo de sobrenaturalidad en su asalto final, una vez que el balcánico estrella la pelota en la red y va al segundo set con un cuchillo hundido en el costado.
Quien se pregunte qué le pasa a Nole, tendría que fijarse mejor en el saque de Federer: una lanza de hierro que ha estado ahí filosa, irrompible, precisa, justo cuando más la ha necesitado. Surfeando por encima de la marea alta que ha levantado a golpes de maestría, coco frío y fortuna, Roger rompe temprano, se pone en 4-1 y se encomienda entero a su servicio, que resiste y remonta el ataque feroz del belgradense impetuoso y acaba por granjearle una manga más.
Pero Novak es Novak y vuelve en el tercero con un quiebre precoz, desplegando una mandarriza impertérrita contra la cual el suizo resiste con más trabajo que éxito, pues no encuentra la forma de romper de regreso, para gran desazón de un público volcado a su favor. Nadie lo quiere lejos de la cima, todos saben que de este partido depende en buena parte la percepción global de su vigencia como leyenda viva, de modo que apoyarlo parece, más que pura simpatía, un multitudinario acto de amor al tenis.
Son ya las ocho y media de una tarde todavía luminosa cuando nos vamos hasta el cuarto set. Roger está sirviendo como el gigante que es, y tampoco es que Nole se quede muy atrás, pero bastan dos titubeos del suizo para que ya pasadas las nueve venga el serbio a servir por el cuarto episodio. Una vez más, el Expreso de Basilea toma la forma de un muro de hierro y rescata su saque bajo una gritería demencial. Cuando uno suponía que no quedaba más sosiego por perder, viene otra muerte súbita abracadabrante, donde de nuevo Roger jamás se mira abajo, hasta alcanzar un 6-3 alucinado: triple match point, con Djokovic al saque. Para colmo del drama, ya ha oscurecido. La bola es un espectro que viaja de uno a otro gladiador como la carga de una catapulta fantasma.
Como era de esperarse, Nole aguanta de pie sus dos servicios, pero luego el partido quedará en las manos del suizo, que jamás ha perdido un partido cuyos dos primeros sets ganara. Sus números: 174-0. Racha contra racha. Y ahí está el servicio as. Juego, set y partido para el máximo maestro que la Historia registra. Estruendo general. Carne de gallina. Temblores. Taquicardia. Conmoción. Histeria contenida. Pura épica sobrenatural. Nada que se transmita con palabras: hora de que el silencio termine con la crónica.
Extraido de: http://www.laaficion.com/node/75959